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64 hay más periodistas trabajando en gabinetes de comunicación, públicos o privados, que en medios periodísticos convencionales. Esta situación económica y laboral conlleva una lógica y muy peligrosa perdida de la calidad del periodismo. Las redacciones están vacías y descapitalizadas, los más veteranos y expertos van a la calle, las nuevas generaciones se quedan sin referentes de quiénes aprender, llegan becarios o mano de obra gratis para cortar y pegar textos y nos quedamos con el teletrabajo en pijama. Da igual la calidad del producto, que suele responder a otros intereses. Chaves Nogales decía que el periodismo es “andar y contar”, y “relatar y describir fielmente los hechos”. Hoy, en la mayoría de los casos, ni andamos ni contamos los hechos. Hoy, lo de ir, ver, oír, preguntar, repreguntar, investigar, contrastar, verificar, contextualizar, pensar y luego contar de manera veraz es, para desgracia del periodismo y de la sociedad, una práctica poco habitual. Para colmo, cuando vamos a un sitio, en concreto cuando vamos a donde el poder, sucede que en muchas ocasiones no nos dejan preguntar ni repreguntar, y, a pesar de ello, en vez de irnos, contamos lo que nos han dicho o vendido, aunque sea propaganda, mentiras o bulos, sabiendo que son eso, propaganda, mentiras o bulos, y que no son hechos veraces. El día a día está lleno de ejemplos. La mentira siempre ha existido, existe y existirá, pero, hoy en día, la mentira es una epidemia en la información y en la comunicación, y no solo en las redes sociales. Estamos en la era de la mentira, de una mentira más rápida, más universal y con mayor capacidad de difusión que nunca. La nuestra, la mentira en la información, es una epidemia que no mata, pero que destruye los pensamientos, que aliena a la ciudadanía, y que deteriora a la sociedad. Se obvia un valor esencial de este oficio: un periodista, sea cual sea su situación, jamás puede mentir. Se puede equivocar, y pedir perdón, pero no mentir. Un periodista no puede sucumbir a la mentira, ni a los bulos ni a la propaganda. Un periodista no puede crear mentiras, ni ser cómplice o difusor de ellas. Por encima de todo está la honestidad, la decencia y la dignidad del periodista. Es más, no podemos limitarnos a contar la verdad, tenemos que ir más allá y denunciar y desenmascarar la mentira. La información veraz es la base de una democracia, es el poder de la ciudadanía. No puede ser que el poder político y económico sean los dueños de la información, ni que el poder editorial esté al servicio del poder político o económico. El poder de la información tiene que estar al servicio de la sociedad, siempre al servicio de los gobernados y no de los gobernantes. Por ello, como en el pasado, el presente y el futuro del periodismo, de la información y de la comunicación, sea cual sea su modelo de negocio o su soporte, tienen una clara, simple y difícil receta: buen, veraz y honesto periodismo. Un periodista, sea cual sea su situación, jamás puede mentir. Se puede equivocar, y pedir perdón, pero no mentir. Un periodista no puede sucumbir a la mentira, ni a los bulos ni a la propaganda.

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