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9 información y la comunicación, agigantando el bestiario mediático. Internet y las redes sociales otorgan al público el poder de convertirse en medios de comunicación. Suelo decirles a mis alumnos de Periodismo, señalando un iPhone, que disponen de una plataforma transmedia capaz de elaborar cualquier tipo de contenidos y, al mismo tiempo, de recibirlos. El teléfono inteligente puede ser, al mismo tiempo, una ‘rotativa’ y un kiosco de prensa, un estudio de radio y de TV, y una pantalla de cine; una multiherramienta en definitiva que es el epicentro de las redes sociales y del entretenimiento. En estos aparatos convergen todos los medios informativos, tanto clásicos como emergentes: desde la escritura hasta la videoconferencia, sin olvidarnos de la radio, la televisión, la fotografía o el correo. Las redes sociales han tomado el relevo de los medios periodísticos para definir la agenda pública de forma más inmediata y global. Y su impacto en la opinión ciudadana es posiblemente más potente que el de la televisión en su momento más álgido. Al ser la comunicación un conjunto de relaciones entre personas, las redes sociales se han convertido en canales idóneos para el diálogo directo y la interactuación de las organizaciones con los diferentes públicos. Conversar a través de las redes es una necesidad estratégica. En Internet no hay voces pequeñas y sí, cifras gigantescas. Internet ha provocado la fragmentación de las audiencias, como ya adelantara Alvin Toffler en 1992, y ha convertido a la ciudadanía en protagonista decisiva del proceso comunicativo. Asimismo, cualquier organización, por pequeña que sea, dispone de medios técnicos para comunicarse directamente con sus públicos de interés. Tom Foremski nos dijo hace una década que «cualquier empresa es una empresa de medios [Every company is a media Company]». Hoy podríamos añadir que cualquier persona es un medio informativo. Solo necesita un smartphone, cierta habilidad técnica y algo de talento creativo. La comunicación disruptiva tiene enormes ventajas en un mundo que se transforma a velocidad supersónica y donde el apellido digital ha dejado de ser un diferenciador significativo para convertirse en elemento nuclear de los procesos comunicativos. Pero también puede generar serios problemas si abandonamos por completo el espacio analógico y confundimos la innovación con el culto a la tecnología. Un ejemplo reciente ha sido la falta de sensibilidad de la banca española con las personas mayores al obligarlas a realizar las operaciones bancarias a través de Internet o de los cajeros automáticos. Un médico jubilado ha conseguido a principios de 2022 reunir más de 600.000 firmas, bajo el lema «Soy mayor pero no soy idiota», que vuelva la cordura (o se imponga vía BOE) y los bancos recuperen la atención personalizada. Mark Kurlansky nos habla en su libro Papel de la «falacia tecnológica» que supone dar por sentado que las tecnologías cambian a la sociedad. Según este periodista norteamericano, lo que ocurre es más bien lo contrario: que la sociedad desarrolla las tecnologías para hacer frente a los cambios que experimenta en su seno. Quizás, lo correcto sería hablar de una mutua influencia entre avances y cambios sociales, y la innovación tecnológica. Es erróneo entender que la transformación digital signifique solo el uso de tecnologías de vanguardia. No es difícil encontrar empresas que han implementado costosas herramientas, pero que no han tenido impacto transformador por falta Cualquier persona es un medio informativo. Solo necesita un smartphone, cierta habilidad técnica y algo de talento creativo.

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