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39 escritos cedieron ante el empuje de los audiovisuales; pero en un breve periodo de tiempo, la imagen y el sonido lineales perdieron a marchas forzadas el sitio frente a la digitalización. Y en el último salto, esta vez casi al vacío, las redes sociales se han adueñado de la comunicación, empeñada a toda costa en la inmediatez. Un análisis apresurado y excesivamente simple podría concluir que los medios de comunicación tal y como los conocemos han muerto. El consumidor de información los ha rechazado o los ha relegado a un papel casi simbólico, han sido domesticados por la frescura de la juventud de los mensajes de Twitter, Facebook o Instagram. En las redes sociales el consumidor se convierte, de inmediato, en productor/creador de información, el feedback está asegurado, la sensación de dominio sobre la comunicación eleva la autoestima del usuario y lo conduce a convertir al medio en preferente. Un panorama tan desalentador para los medios encuentra una grieta precisamente en la propia fortaleza del monstruo que los fagocita; mientras mayor es la extensión de las redes sociales y mayores son los replicantes de información, mayor es la necesidad de un periodismo de calidad y de información contrastada. Las redes sociales pierden credibilidad en proporción aritmética a su crecimiento, a diferencia del buen periodismo que prima la calidad frente a la cantidad. La audiencia acude y confía en el medio capaz de ofrecer información cercana y veraz. Los usuarios están empezando a considerar que la comunicación ni puede ni debe ser convulsa. El retorno a los medios, tal y como se entendían hasta principios de siglo, no puede ser inmediato, ni tampoco la vuelta será a la antigua usanza. La comunicación de cercanía, accesible y con todas las ventajas de movilidad que ofrece la digitalización se presenta como el futuro más esperanzador, en el que las redes sociales también jueguen su papel. Para ello el control sobre los bulos y la desinformación, deberá ser exhaustivo y los medios están obligados a la autoregulación y la implantación de mecanismos precisos de verificación. Las OTT son hoy la respuesta más fiable; las plataformas de contenidos bajo demanda atienden a la necesidad del consumidor de acceder en cualquier momento y desde cualquier lugar a la información disponible, al entretenimiento y a una cartera de servicios lo más amplia posible. Los podcast tienen cada vez más seguidores y, de manera habitual, los medios los producen y los ponen a disposición de la audiencia sin antes haberlos lanzado al aire dentro de una parrilla de programación lineal. Tanto las plataformas de contenidos bajo demanda como los podcast multiplican la oferta; en un solo click el consumidor puede pasar de consultar los datos del cierre de la bolsa en Tokio, al tiempo del fin de semana en Costa Ballena, el primer capítulo de “Desconocidas”, o la última emisión televisiva de “Saque Bola” en 1989. Las redes sociales pierden credibilidad en proporción aritmética a su crecimiento, a diferencia del buen periodismo que prima la calidad frente a la cantidad. La audiencia acude y confía en el medio capaz de ofrecer información cercana y veraz. La comunicación de cercanía, accesible y con todas las ventajas de movilidad que ofrece la digitalización se presenta como el futuro más esperanzador.

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